:: Opinión | P. Carbajo “Eneas”*
"Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra…". Desde que se oyó por primera vez esta canción, allá
por los primeros años 70s, con la voz de la desaparecida Cecilia, nunca España
había pasado por un proceso de desestabilización como el que vivimos hoy. Un
proceso que puede acabar muy mal porque nuestro marco de convivencia no logra corregirlo.
En lo social,
político o cultural, parece que hay un objetivo único: desintegrarla. Y puede
que esa desintegración, ese debilitamiento de toda una sociedad, haya comenzado
desde el mismo momento en que se aprobó una Constitución democrática, la que actualmente nos rige.
Increíble, pero bastante cierto. Porque bajo esa manta estatutaria, muchos
encontraron un acomodo perfecto y rentable para sus ambiciones. Es decir, que
la Constitución acabó siendo un traje a medida para gentes segregadoras como
los nacionalistas, los hoy separatistas
enloquecidos.
La actual ley o
sistema electoral, provoca que formaciones nacionales tengan menos
representación que los partidos regionalistas; y eso pese a que aquellas tengan
un número de votos cinco veces superior. "De valer todos los votos lo
mismo, IU ganaría 14 escaños y UPyD 12, mientras que los partidos nacionalistas
no perderían mucha representación."
Este sistema,
este tablero de fuerzas, fue seguramente una gran jugada de personajes de la
Transición del 78, como Jordi Pujol. Personajes que ya entonces tuvieron claro
qué trampas eran necesarias para, en el momento oportuno, cortocircuitar todo
un país soberano. Y otros personajes coetáneos de aquel alumbramiento
constitucional, y constituyente, no supieron o no quisieron darse cuenta de lo
que estaban asegurándole a tahúres y trileros periféricos, de que estaban
hipotecando España. Este ‘café para todos’ propició que fueran los
nacionalistas los que hicieran de partidos bisagra con cualquier gobierno. Y a
todos y cada uno de esos gobiernos, de uno u otro signo ideológico, gente como
Pujol les fue sacando concesiones y prebendas que han desembocado a este estado
de descomposición, aliñado con una brutal crisis económica y de valores. Un
estado de descomposición nocivo, viral, corrupto, muy difícil de solucionar si
no es con el imperio y la aplicación contundente de la ley. Y con un valiente
golpe de timón político. Por lo pronto, la ley, la que debe hacer cumplir el Gobierno
de hoy con todas sus consecuencias.
"Mi
querida España, ¿quién bebió tu sangre cuando estabas seca?". Eso
preguntaba a aquella nostálgica canción de Eva Sobredo. Una canción sencilla
para una España sencilla que se ha ido complicando la vida año tras año, década
tras década. ¿Y quiénes son esos vampiros sociales, esos cuervos tolerados, que
se beben nuestra sangre colectiva? Pues algunos políticos, algunos sindicatos,
algunos empresarios… ¿o quizá muchos, muchísimos?
Y aquí estamos, con la corrupción
institucionalizada. Con un país a lomos (y bolsillos) de una ciudadanía
aletargada, impávida e indignada. Una ciudadanía que cuando reacciona, lo hace
sin razonar demasiado. Sentimentalización política, visceral y ciega, cultura de lo aclamativo y
populista. ¿Cómo estamos rompiendo las costuras de España? Unos, queriendo
proclamar con violencia declarativa una independencia unilateral. Otros, desde
la violencia ambienta, queriendo cambiar la Constitución con para que esa
ilegalidad pueda existir. Triunfa el positivismo democrático: legalizar lo
ilegal. Y otros más, la mayoría decepcionada, desesperada, que no ve salida ni
timonel.
¿Tiene arreglo todo este babel
del S. XXI español? Sí, claro que sí. Nada fácil, por supuesto. Para algunos,
los que se cobran del alboroto y el caos, la ‘solución’ no es otra que “liquidar el modelo de estado, fallido, y hacer
una confederación de estados que más tarde se podían separar en cualquier
momento”. Ahí es nada.
¿El fin de
España después de más de 500 años de existencia? Si aceptásemos las
‘soluciones’ anteriores, sí, claro. Pero va a ser que no. Porque no sería yo, nunca,
el jefe del Gobierno de España que pasara a la Historia con el ‘mérito’ de
permitir semejante cosa. No sería yo el presidente bajo cuyo mandato se destruyese
España. En todo caso, si hablamos de soluciones de verdad, pasaría gustoso
por ser el presidente que lograse un nuevo gran pacto de Estado que garantice, mejore
y construya la cohesión social. Y que la ciudadanía, la soberanía nacional,
validase la reforma parcial que pudiera necesitar la Constitución. Este es el
camino, el único que veo democrático, lícito y responsable para recuperar
nuestra querida España y evitar un cataclismo inmerecido.
*Presidente de Asoc. 90Mil Ciudadanos