ORGANIZACIÓN CÍVICA DE IMPULSO SOCIAL
Confederada a Ciudadanos de Centro Democrático [CCD]

ULTIMA HORA INFORMATIVA

13 nov 2012

Desahucio: de la hipoteca a la indignidad

:: Opinión | P. Carbajo 'Eneas'*

Desahucio. Palabra maldita que, desde hace tiempo y por desgracia convertida en acción, está de actualidad en la sociedad española. Sus efectos encogen el alma y destruyen la moral de la mayoría; o la de todos, de una manera u otra. Se ha venido aplicado hasta ahora sin el menor recato ético por causa de la exigencia de las entidades financieras; de ahí que jurícamente sea más correcto hablar de lanzamiento hipotecario.

Pero se diga como se diga, el resultado es el mismo: pérdida de la vivienda sin prácticamente defensa posible de los afectados. Se hizo la ley así, y así la pagan las víctimas. 

Hago retrospectiva. El dinero era barato, había trabajo y se concedían préstamos a bajo interés. Una primera hipoteca, a la que cabía adicionar otras varias. Además, todas remuneraban algo las cuentas corrientes o de ahorros; los clientes incautos no reparaban en que, por otro lado, las entidades les seguían cargando onerosas comisiones de mantenimiento o de 'anotación'. Fueron varios años de esta 'fiesta'. Se ofrecieron hipotecas a personas sin ingresos fijos, sin empleo y sin propiedades.  Bastaba el aval de la familia. 

Y claro, al final de la escapada del tocho, rota la burbuja, todos desahuciados. No me gusta nada el panorama. Se habían dado cantidades enormes de dinero, por un valor muy superior al precio de la propia vivienda, haciendo el 'cuento de la lechera': pensaban, hipotecados y avalistas, que si el precio de la vivienda se había duplicado en diez años el valor seguiría subiendo y su valor en poco tiempo sería muy superior al que en ese momento tenia. Craso error. No contaban con que el sobreprecio, la trampa de la tasación, también se acabaría cobrando.

Y llegó la crisis y mandó parar. Los hipotecados quedaron con la deuda al aire, etiquetados como 'malos españoles' por ansiar ser propietarios y excederse en sus caprichos adicionales. La crisis, sí, se presentó casi de súbito y con la máxima crudeza. El valor de la vivienda ya no era tan siquiera el del hipotecado; había bajado y el descenso fue de caída libre. Un ejemplo de ello puede ser el siguiente: el precio  por un piso que se consideró en 200.000 €,  y para el que se dio hipoteca de 240.000 €, bajó de precio a 130.000 €. Ante ese tipo de hundimientos, algunos pensaron que era mejor dejar de pagar una hipoteca de 240.000 € cuando su valor actual era de 130.000. Pero la crisis, sí, dejó además sin empleo a casi todo el sector de la construcción y su industria derivada. Y arrastró a los infiernos, por ende, al resto de la economía. Se llegaron a 5.500.000 parados en el año 2011 y se hizo imposible pagar las deudas contraídas. Dramas familiares a cientos.

La reforma de la Ley del Alquiler ignoró lo podía acabar pasando. ¿A los bancos?: se les acababa el dinero de las cuotas y no asumieron esas pérdidas, de las que en parte eran responsables por gestionar actos hipotecarios imposibles; el pánico les hizo capitalizar las pérdidas recuperando los inmuebles. ¿Los hipotecados?: también debieron asumir una parte de culpa; creyeron que todo era seguro, influenciados por el falso optimismo de que esa arcadia sería poco menos que eterna.


Cierro la ventana del pasado, miro al presente y me gusta aún menos. La cruda realidad se impuso a la ficción. Donde antes hubo alegría, se instaló la amargura. Algunas organizaciones salieron en socorro de muchos casos sangrantes de desahucio, frenando lo que pudieron.  ¿Quién ponía coto? Nadie. En 2010 el Gobierno incluso lo puso más crudo, acortando la legislación para que el embargo fuese más rápido y favoreciendo la acción del acreedor financiero. En 2012 el panorma era desolador; cientos de desalojos por mes, hasta culminar en suicidios. Ahí sí que la sociedad tomó consciencia de que lo que era un problema hipotecario había pasado la frontera de la indignidad.  Los acontecimientos últimos han desbordado a todos y un clamor justo colectivo obligó a parar lo que ya podríamos calificar de lacra.


Hoy, tanto jueces como bancos, tanto organizaciones como Administración, se han puesto de acuerdo: urge finiquitar la deriva económica que acaba en creciente tragedia humana. Con la dación, con moratorias o con la fórmula que sea, pero acabar con los cientos de miles de desahucios. Porque, oigan, el hecho de que a los bancos haya que rescatarlos -tenemos nuestro dinero en ellos, dicen- no debe suponer darles carta blanca para que, además de quedarse con las casas, dejen en la calle como perros a quienes -con hijos, con dependientes, en desempleo, etc.- se quedaron sin recursos para vivir.


Como digo, el Gobierno -¿y la oposición?- activará algunos parches urgentes. Pero lo que digo yo, y aquí el objeto de este artículo, es que tiene que haber caminos más rápidos y directos para solucionar tanta desgracia. Lo pasado, pasado. Urge borrón y cuenta nueva. Digo yo que ese dinero que hay preparado o disponible para el rescate de los bancos, bien pudiera ser destinado a comprarles a estos mismos bancos los pisos hipotecados. Con ello se 'limpiarían' de activos tóxicos, sin tener que inventar bancos 'malos'. Al comprarles estos pisos, los bancos ya tendrían dinero. ¿O no? Y estos pisos, comprados por el Estado (con el dinero del rescate), podrían seguir siendo ocupados por sus dueños, los ya hipotecados. ¿O no?

Y, lo que es mejor, estos se comprometerían a pagarlos en un plazo mayor de tiempo, con cantidades más pequeñas o adecuadas al poder adquisitivo real de cada titular; quienes no pudieran afrontar ni siquiera esta especie de moratoria, podrían permanecer en el piso con un alquiler social; y la titularidad pasaría al Estado, que podría poner en venta el piso o casa cuando los inquilinos se hayan ido en condiciones de vida suficientes. ¿A que sí?


Quizá haya ideas mejores, pero esta es la mía y aquí os la dejo.

*Presidente de la Asociación 90Mil Ciudadanos