ORGANIZACIÓN CÍVICA DE IMPULSO SOCIAL
Confederada a Ciudadanos de Centro Democrático [CCD]

ULTIMA HORA INFORMATIVA

16 abr 2010

Justicia secuestrada

90Mil Ciudadanos LA OPINION DE... Eneas*

Muy fuerte puede parecer este título, aunque creo que hoy es posible. De hecho lo es en países lejanos pero muy familiares, algunos del cono sur de América. Sin embargo, desde hace mucho tiempo vemos actos y hechos que invitan a pensar que no solo en esos países, sino también en el nuestro, tenemos una Justicia políticamente secuetrada. Presionada y cautiva del poder ejecutivo. Nos sorprenden actuaciones duras en contra de la gestión de jueces que han sido apartados del ejercicio de su profesión por hechos nimios. Hechos que presuntamente constituyeron faltas; unas veces por dilación en sus resoluciones, otras por inhibiciones o dejaciones en casos sobre los que tenían responsabilidad. Hablamos de jueces sin rostro, como deberí­an serlo todos, ya que no en vano la Justicia se simboliza con los ojos vendados.
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Pero tenemos casos de algunos jueces estrella -pocos, afortunadamente- que bien pudieran llegar a ser representados en las monedas de curso legal. Cuanto menos, pudiera pensarse que esa es su aspiración: la de convertirse en iconos de determinados grupos afines. Son jueces cuya consigna profesional parece ser la de atrincherarse en el bando que le acoge. Dictan siempre para una feligresí­a que justifica todas las actuaciones de su icono porque va a por los contrarios. Evidentemente, los contrarios son todos los que no están en el partido cuyas siglas sirve de paraguas al jurista de turno y sus fans. Son todos aquellos que piensan de forma distinta a la que este colectivo judicial considera la única, la buena, la progresista. Y, claro, tal pensamiento único es el llamado, cómo no, a tener el exclusivo derecho de aplicar toda justicia según sus intereses de cada momento.
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Es en medio de todo ese escenario donde nos sale una nueva entrega del culebrón de un magistrado singular. Un juez, Baltasar Garzón, que tiene pendientes varias causas penales en su contra, tres en concreto. Una de ellas, por prevaricación: investigar causas a sabiendas de que no se tiene competencias sobre ellas. Otras, por irregularidades jurí­dicas y económicas manifiestas -trato de favor hacia el Banco de Santander, cuyo presidente era potencial número de celda, en cuanto financiador de los costosos cursos neoyorquinos del magistrado-. Además, este mediático y nuevo guerrero del antifaz que es don Baltasar, en aras de una superior justicia a la humana, venía erigiéndose en el adalid de juzgar lo no juzgable. El resucitador de lo prescrito y sentenciado con la Constitución del 1978 [que por cierto, no fue una ley de punto final, sino un pacto -tácito e implí­cito- de consenso necesario para una ciudadaní­a que solo pedí­a paz]. Hoy es el mismo Sr. Garzón, y no sus denunciantes, quien se ha puesto a los pies de los caballos. Es decir, en el banquillo de los acusados. Posiblemente, merced a su astucia, saldrá indemne del envite. No vamos a contar aquí­ los pormenores del recorrido de este juez, pues no es el tema que nos ocupa ahora. El perfil y las andanzas de Don Baltasar, adjetivado pionero de la justicia universal, es inmenso como el mar. Lo que si­ parece incontestable, y lo pensamos muchos ciudadanos, es que con la mayoría de sus actuaciones -en ellas también hay que reconocerle aciertos- Garzón nos ha demostrado que la justicia está secuestrada.
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Como secuestrado esta también el Tribunal Constitucional, cuya configuración irregular impide hasta la fecha un dictamen serio y contundente sobre el Estatut de Catalunya. Un Tribunal cuyo cometido fundamental, en ese asunto, es encajar de una vez por todas dicho Estatut dentro de la Constitución de todos los españoles y no dar pábulo a los manejos cada vez más radicales de los nacionalistas soberanistas. Y como es difí­cil trabajar en semejante olla a presión, con más de tres años de cocción, seguramente el TC permitirá que se desarrolle la mayor parte de su articulado. Y seguramente, por mor de la ortodoxia constitucional, tomara la decisión de laminar un poco el texto catalán con un lifting acorde a las instrucciones recibidas del Ejecutivo. ¿Acaso no prometió Zapatero que el Estatut saldrí­a tal como se aprobara en Cataluña?. ¿A qué si no se debía la bronca -recibida en publico por la presidenta de dicho alto Tribunal- a cargo de la vicepresidenta del Gobierno?. ¿Por qué si no se consienten las continuas amenazas al estado de derecho, groseras y cobardes, que desde Cataluña profieren los grupos impulsores de la construcción nacional catalanista? El TC, si sucumbe al secuestro y la voracidad nacionalista y la interesada pasividad de los grandes partidos, ya no sólo merecería el mayor de los descréditos institucionales -como lo viene ganando a paso ligero- sino el vergonzoso estigma de ser el epígono de una España deconstruída. Y esto sería una herencia terrible para el futuro de todos los españoles.
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Las andanzas de Garzón y del TC demuestran que la ciudadanía viene soportando un progresivo descrédito del poder judicial; un órgano fundamental del Estado que debiera servir y garantizar libertades democráticas. Por eso, no sería descabellado pedir, y lo hago aquí mismo, que desaparezcan los nombramientos de los jueces a manos de los partidos polí­ticos. Y que se ponga coto a las veleidades de personajes díscolos, exigiéndoseles responsabilidades como a cualquier otro ciudadano. Porque condicionar políticamente la labor institucional y democrática de la judicatura tiene un precio muy alto, que pagamos todos. La excelencia, y no la mediocridad, es lo que se debiera primar en todos los poderes públicos. Pedir esa excelencia es pedir que los jueces no olviden que su superior función es la de juzgar con los “ojos vendados”.
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Abundando en el primer asunto -el del caso Garzón- resulta curioso que una semana después de viajar urgentemente a Europa la ministra de economí­a, Elena Salgado, el affaire resurja de las cenizas y protagonice diarios, televisiones y radios. También resulta curioso que representantes de los clubes de amigos de Zapatero -CC.OO. y UGT-, una semana después de reunirse con el presidente, monten cogidos de la mano un circo en la Universidad Complutense de Madrid, en contra de la Justicia o del Tribunal Supremo- atacando, insultando y calumniándo a este colectivo institucional; los mensajeros: jóvenes fans y demás piqueteros afines al PSOE; incluída la caterva de contumaces intelectuales progres, agradecidos de la ceja -todos ellos, por supuesto debidamente subvencionados con nuestros impuestos- que también participaron vociferantes en otra algarada universitaria, auspiciada por un rector también subvencionado. Todo es curioso, digo, pero no casual.
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Digo también, querido lector, que ante unas cosas y otras al ciudadano solo le cabe preguntar -que en esto es muy sabia la voz de la calle- sobre el porqué de todo este circo. ¿Deben estar Don Baltasar y sus protectores por encima del bien y del mal por el hecho de pertenecer a la cuerda de la extrema izquierda, y se les permita juzgar a los muertos, sin ser de su competencia jurí­dica o incluso constitucional?¿Por que habí­a representantes del Gobierno en ese circo contra el Estado de Derecho?¿Por que la vicepresidenta, impertérrita De la Vega, justifica el acto homenaje a Garzón como una discusión de pareceres o simple libertad de expresión? ¿Es que se le otorga la misma credibilidad al Tribunal Supremo que a cualquier piquetero bronquista de izquierda? ¿Porqué el Presidente del Gobierno es tan tibio y juega a tantas cartas con el asunto del Estatut y en claro detrimento del TC? Usted y yo, amigo lector, convendremos en que todo este tipo de asuntos y acciones que relatamos aquí son como mínimo desconcertantes. Asuntos sobre los que la ciudadanía pregunta y que son muy próximos, preocupantemente próximos, a lo que constituye en realidad un ataque frontal y premeditado hacia el Tribunal Supremo, el Poder Judicial y la propia democracia. Asistimos perplejos a una insensata estrategia con la que determinados grupos y proyectos políticos demuestran no creer demasiado ni en el bien común de las personas, ni en el Estado que nos acoge a todos. Estos asuntos y acciones son tics que parecen acercarnos más a la lí­nea bananera chavista de otros que a la vocación europeísta a la que nos debemos. Son simpatí­as mas afectas al trasnochado castrismo dictatorial que a las democracias con poder legislativo sólido y separado del ejecutivo.
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Por cierto, las calumnias e insultos -con voces que califican de torturador al Tribunal Supremo- no debieran quedar impunes. Quienes las profirieron o ampararon debieran ser juzgados -como todo ciudadano, pobre o rico, con poder o sin el, juez, fiscal o barbero- porque lo suyo no puede ni debe ser entendido como beata libertad de expresión. La Constitución nos dio una gran oportunidad a todos. Con ella estalló la paz, haciendo que 35 años después las afrentas quedasen como páginas didácticas de nuestra Historia. Algunos quieren empeñarse, y empeñarnos, en una fiebre pirómana de esa nuestra Historia: regresar al olvido, resucitar muertos e incendiar conciencias de jóvenes que ni tan siquiera vivieron la Transición. Es un guerracivilismo prefabricado, incompresible y, sobre todo, anticiudadano. Una escenografí­a calculada, que quiere atrapar nuestra atención de ciudadanos para, desde el rencor y las ví­sceras, desviarnos de los temas que realmente nos interesan a pie de calle. Y a esta escenografí­a manipuladora y cí­nica contribuyen las centrales sindicales, tan calladas últimamente y tan poco dispuestas a responder ante los millones de parados que tenemos. Desaparecidas en su servilismo al partido del Gobierno, conniventes hasta la vergüenza con la patronal, condicionadas por las prebendas que disfrutan sus dirigentes. Eso si­, lograron ponerse de acuerdo para, con una sola voz, mandar cada una de ellas a una minorí­a -500 liberados o piqueteros cada uno, estómagos agradecidos- rauda en llenar la plaza universitaria y vilipendiar los bienes institucionales de la mayorí­a.
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Tristes años de zapaterismo, que mucho me temo nos dejarán en crisis económica y desnudos de democracia. Y en zapatillas. Así que el desenladrillador que desenladrille todo esto, buen desenladrillador será, aunque tampoco sea el mejor. Desde luego, con tanto trabajo que hereda, saldrá del paro que es la oposición.

*Miembro del Grupo Promotor de 90Mil Ciudadanos.